La Torrija

“Lo único que la falta a Sevilla es la Virgen de las Angustias para no verte más el pelo”, me escribía con guasa Luis Miguel Gámez, sacristán de la Basílica de nuestra Madre, cuando ya iba de camino a la capital hispalense para ver a mi otro titular, Jesús del Gran Poder, y la exposición por el 400 aniversario de la Hermandad.

Sabe que el corazón lo tengo totalmente dividido entre el Señor y Las Angustias.

“Pues sí que la tienen”, le contestaba dos días después mandándole una imagen de la Virgen que había visto en el escaparate de la librería San Pablo de la calle Sierpes y que también compartí con el grupo de Hermandad a través delwhatsapp. “Entonces, encantado de haberte conocido”, me respondió.

Caía ya la noche en Sevilla y la temperatura era muy agradable para pasear y desconectar un poco.Había dejado solos a mis tíos, ya octogenarios, en casa, después de que me hubieran invitado al típico bocata serranito en una terraza cercana al domicilio y haberles devuelto el convite en una heladería cercana.Mi tío Manolo, a sus casi 89 años, necesitaba hacer breves descansos con su andador y el almuerzo se había prolongado hasta tarde. No podía regresar a Granada sin ver otra vez a mi Gran Poder.

Me dirigía ya a la Plaza de San Lorenzo para despedirme de Él hasta Semana Santa y dirigirle ese “Tú lo sabes todo, Tú sabes que te quiero”, que siempre le digo a modo de adiós, cuando me paré en otro escaparte, el de la confitería de La Campana.

Ya lucían en él los penitentes de caramelo, de chocolate, los huevos de pascua, las torrijas, los pestiños…Toda una tentación. No me resistí a subir la foto a Facebook con emoticonos relamiéndose la boca. “Que conste que me he resistido”, le escribía a mi amigo Pepe Miñán cuando me invitaba, a través de esa misma red social, a disfrutar de los dulces típicos de la Cuaresma y de la Semana Santa. “Pues eso está muy bien, pero como sabes, la vida la vivimos una vez nada más, por tanto, uno y para la Semana Santa, sólo uno, vale?”

“Valeeeee”. Le contesté, pero no lo hice al final. “La dejaré para Semana Santa. Ya habrá tiempo cuando vuelva. Demasiado azúcar”, pensé. Mis tíosme esperaban ya para cenar e, incluso, mi tía Carmelita me regañaba cariñosamente una hora después porque a las nueve (su hora) ya tenían la mesa puesta.

“Lo que me acuerdo de esa torrija, tita”. Le decía hace pocos días mientras ella permanece aislada en casa porque no puede ir al hospital donde mi tío está ingresado por haberse partido el fémur en plena pandemia.

Lo que ha cambiado todo desde aquella noche en Sevilla. Ni siquiera puedo ir a verlos. ¿Por qué dejar las cosas para después? ¿Por qué no vivir el presente? ¿Por qué no decir un te quiero a tiempo? ¿Por qué esos miedos a no dar el salto?

Hace pocos días el Papa Francisco se refería a una cita de San Agustín en su homilía del domingo.“Temo que Cristo pase” — “¿Pero por qué temes al Señor?” — “Temo que no me daré cuenta de que es el Cristo y dejaré que pase de largo”. Una cosa está clara: en presencia de Jesús los verdaderos sentimientos del corazón, las verdaderas actitudes florecen: salen. Es una gracia, y por eso Agustín tenía miedo de dejarlo pasar sin darse cuenta de que estaba pasando”.

No era consciente, hasta ahora, de que mi Señor del Gran Poder o de que mi Madre de las Angustias, que también había visto momentos antes, pasaban en ese instante y me ofrecían simbólicamente,a través de aquella torrija, la mejor catequesis para esta Cuaresma tan difícil. “VIVE EL AQUÍ Y EL AHORA”porque siempre estaremos en sus Manos y no nos abandonan.

Y una cosa es segura. Prometo tomarme esa torrija. Y si es con mis tíos, mejor que mejor.

María Dolores Martínez Baca

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