Querida Madre
Qué difícil es para todos tus hijos imaginarte ahora sola en tu Camarín casi sin presencia de fieles en la Basílica, aislada de la vista de todos cuanto te queremos y dirigimos a Ti nuestra plegaria. Te llevamos siempre en el corazón y en el pensamiento, pero parece faltarnos tu presencia y tu mirada cuando más te necesitamos. Ese pedazo de Cielo que sentimos cada vez que nos reunimos en torno a Ti y te paseamos felices y orgullosos por las calles de nuestra Granada.
Echamos de menos la paz que transmites, tu luz en medio de nuestra oscuridad y ese regazo en el que nos acurrucamos todos mientras nos envuelves con tu manto y las manos se dirigen al Cielo para interceder siempre por nosotros.
Pero es sólo un pensamiento, Madre. Tú nunca nos dejas solos ni nos sueltas de tu mano. Tengo la certeza de que ya no estás en tu Basílica sino en esos otros camarines de los hospitales para velar por tus guerreros y enseñar a mantenerse en pie, junto a la Cruz de Jesús, a cuantos luchan por devolvernos la salud y arriesgan su vida por nosotros.
Tu presencia se ha hecho fortaleza en la generosidad de muchos corazones y en la seguridad de la barca en la que ahora navegamos, junto a tu Hijo, en medio de una tempestad que nos sacude a todos. Te vemos en la sonrisa que ilumina las horas difíciles, en los más pequeños, en la caricia que conforta, en los que cuidan de nuestra integridad, en el aplauso de reconocimiento y en los gestos espontáneos de cada día que nos reconcilian con lo mejor del ser humano.
Nos dejaste por un tiempo para que ahora seamos nosotros el amparo de nuestros hogares, de nuestras familias y de nuestros hermanos, mientras permaneces al lado de los que están solos en su dolor y necesitan de la ternura y la dulzura de una madre; la misma que han sentido en sus últimos momentos los que te llevaste en tus brazos para abrirles el horizonte de luz y felicidad que el Padre escogió para ellos.
Te fuiste para convertirte en el calor y el sustento de los que sufren el frío de la indiferencia, la necesidad de alimento y el miedo ante un futuro incierto, para hacer más fuerte a tu Iglesia y darle un sentido nuevo al amor, la familia y la amistad.
Pero también tengo la certeza, Madre, de que volverás pronto a tu Camarín y a tu Basílica tras dejar muchos milagros y conversiones a tu paso. Que después de esta Cuaresma tan difícil y de esta nueva Pasión, la Resurrección, la Vida y la Esperanza vendrán de nuevo a este mundo y muchos hombres dirigirán sus pasos hacia tu Hijo.
Seremos mucho más fuertes, volveremos a estar juntos, nos abrazaremos y te daremos las gracias, una vez más, por el privilegio y el orgullo que es tener a una Madre, como Tú, a nuestro lado, que nos protege siempre con su Manto.
María Dolores Martínez Baca