Respeto.
A la Sagrada Imagen a la que se tiene el privilegio de ataviar, respeto a todos aquellos que le profesan devoción y respeto a quien que pueda admirarla.
Nerviosismo.
Coincidiremos que al ponernos delante de una imagen nos embarga una sensación de nervios, de fe, de estremecimiento, y así es como me siento a la hora de pensar en vestir a una imagen. Su expresión, su mirada, la mirada atenta de quienes la acompañan, hacen que mis manos tiemblen y que tenga que respirar hondo para poder llevar la tarea que me encomiendan. Y es que vestir a una imagen conlleva una carga de nervios, porque por muy claro que tenga cómo voy a vestir a la imagen, no sé cómo quedará.
Amor.
El que se respira cada vez que llego a la cita de vestir a la Madre de Dios, al amor con el que yo intento ataviarla, con el que mis manos tocan esa madera, que parece recobrar vida por momentos, el amor incalculable con el que miran los fieles a su Madre.
Responsabilidad.
Y es que han puesto en mis manos a su Madre, y soy consciente de que es una decisión muy meditada y una responsabilidad que aceptas, porque solo quieres hacerlo lo mejor posible.
Confianza.
Este sentimiento va de la mano del anterior. Confianza que pone la Hermandad en mí. Confianza que yo agradezco con toda mi alma. Y confianza que tengo en poder hacerlo lo mejor posible.
Gratitud.
Por poder vestir María Santísima. Gracias por todas la personas que he conocido gracias a ello y por la paciencia que tiene mi familia por entender esto que hago y que les resta tiempo a ellos.
Todo esto es lo que siento al vestir a Nuestra Señora del Rosario (Motril), Nuestra Señora de los Dolores (Chauchina, Peligros, Albolote, Padul y Salobreña), Nuestra Señora de las Penas (Salobreña), Nuestra Señora de la Salud – «Aurora Chica» (Granada) y Nuestra Señora del Rosario, Patrona de Chauchina
Oscar Rodríguez Díaz