Hace veintitrés años don Blas Gordo Jiménez, párroco de la Basílica de Nuestra Señora de las Angustias y Consiliario de nuestra Hermandad, sintió por vez primera con fuerza el peso de estar a las órdenes de una Jefa muy especial, la Madre de todos los granadinos. Y como todo estratega que se precie, cada día es todo un desafío para llevar la Palabra del Hijo a través de todos los medios a su alcance, incluso los más modernos. Hay que planear mucho y saber organizar a todos los grupos porque “estamos en un tiempo en el que tenemos que aprender a no vivir encogidos y recuperar el sentido de valentía.”
¿En qué le cambió la vida aquel 6 de noviembre de 2015?
Por una parte, supuso una continuidad al conocer ya la vida parroquial, porque llevaba desde 1998 colaborando como vicario parroquial con don Francisco, y por otra, supuso acoger la responsabilidad nueva que el arzobispo me encomendó de hacerme cargo de la vida pastoral de la parroquia y tomar iniciativas. Hasta ese momento había descansado en don Francisco ya que a nivel de responsabilidad era el último que las tomaba, aunque muchas de ellas las hemos comentado juntos. Para nosotros el vivir como equipo de pastoral y de vida ha sido algo que nos ha ayudado en todo este tiempo a saber que no somos uno o el otro sino que es el Señor el que está en medio de nosotros y el que va llevando las cosas.
En estas iniciativas que tiene que tomar como párroco ¿le condiciona estar en una Basílica con tanta presencia mariana, con tanta historia y con la imagen, además, de la Patrona de Granada?
La fuerza de la piedad popular, que es lo que marca el ritmo de un santuario como es la Basílica de la Virgen de las Angustias, al tener que combinarla con la vida parroquial significa que hay una comunidad que sostiene la labor pastoral. Tenía claro, al igual que había ocurrido en la época anterior, que no es el sacerdote el que lleva la parroquia adelante, sino los fieles cristianos presentes dentro de la parroquia, donde está la Hermandad, las Comunidades Neocatecumenales, un grupo de la Palabra de vida, los distintos servicios y ministerios de catequesis, de Cáritas y de la Pastoral de la Salud, el grupo Bíblico o el de separados y divorciados. Sientes que nuestra labor principal es animar a poder evangelizar unidos. Uno es el último responsable pero si algo ha puesto de relieve el Papa Francisco ha sido el hecho de caminar juntos. Lo que él llama la sinodalidad es un reto para nosotros, ahora que se ha abierto ese anuncio del próximo sínodo a nivel universal. Trata precisamente de ver como crecer en comunión, en participación y en actitud misionera. Qué duda cabe que la presencia de la Virgen desde el santuario te da un estilo mariano. Lo que más me llama la atención de su figura es su disponibilidad a vivir la Palabra, el “hágase” de la Virgen. Desde esa clave sientes que hay que estar atentos a lo que el Espíritu va diciendo y va hablando a través de la Palabra de Dios que tratamos de predicar, celebrar y vivir.
¿Recuerda la primera impresión que le causó la Basílica cuando entró de forma oficial en ella?
Era un 10 de marzo de 1998 y aún recuerdo la figura del que era secretario de la Hermanad, Antonio Porras. Me acompañaban algunos miembros de mi familia y nos puso bajo el manto de la Virgen. Era muy entusiasta y arrojado en ese sentido y quería hacer sentir su fuego por la Virgen. Y así lo hizo. Ese momento se me ha quedado grabado de una manera muy especial, aunque por la Virgen había venido en tiempos de don Carlos a predicar en algunos de los cultos. Me ayudaron a percibir el papel de María en la vida del pueblo de Dios granadino.
La figura de don Francisco le ha marcado mucho, indudablemente, y me comentan que también la del hermano de éste, don Antonio, también sacerdote, pero ¿qué otros nombres tiene particularmente presentes en su vida espiritual?
A los dos los conocí en el año 1973 cuando entré en el Seminario Menor. Don Francisco estaba a punto de irse a Brasil como misionero. Con su hermano estuve los cinco años en el Seminario Menor y, aparte, hemos mantenido un contacto muy estrecho por compartir vida, espiritualidad y por conocer a nuestras familias respectivas. Don Antonio era un referente muy claro para mí en cuanto a que en la época adolescente, él y otro sacerdote, don Alfredo López, el vicerrector en aquel tiempo, me ayudaron mucho a abrirme camino en un periodo que a veces es muy inestable y muy de edad del pavo. Sentí que tenía alguien en quien poder confiar, compartir muchas salidas a la sierra y abrir el corazón en todos los sentidos. En el Seminario, el que fue mi rector, don Carlos Martínez de Tejada, me marcó mucho en lo que significa el gusto por la liturgia, el sentido de la vida orante y del amor a la Iglesia. Había entonces en el Seminario un padre espiritual, que se llamaba don Eutimio Rodríguez. Era alguien muy entregado a la formación de los seminaristas. Otro sacerdote clave, ya fallecido, fue don Antonio García. Estuvo en Huétor-Tajar catorce años. Desde el Seminario Menor hasta después de mi ordenación me hizo sentir desde la parroquia el calor de una comunidad que reza, que se alegra y de la que te sientes parte. También tenía muchas iniciativas de tipo pastoral, que me han marcado. A lo largo de mi vida ministerial, de la que se cumplirán treinta y cuatro años en agosto, ha habido muchos sacerdotes que me han ayudado. Por ejemplo, nuestro arzobispo don José Méndez, sacerdotes mayores, como don Juan Sánchez Ocaña, vinculado ahora como emérito al Sacromonte, y sacerdotes compañeros de mi época formativa. Ellos me han dado ejemplo y testimonio de vida. A lo largo de mi formación, un monje vitoriano, Rufino Ezquerro, con el que coincidí en Roma y ahora está en Silos, y en España, a través de la espiritualidad de los Focolares, sobre todo don José Varas.
Su paso por Roma ¿le cambió mucho la perspectiva?
Fueron dos años de estudio de Teología y un periodo de ensanchar la mirada al mundo. Estuve un año como seminarista y otro como diácono. Me di cuenta de la catolicidad de la Iglesia universal. Allí tenía la posibilidad de encuentro con seminaristas de distintos países, fue un lugar donde beber la riqueza de la fe y ver lo que es el núcleo de la Iglesia. Ese periodo de estudio te hace percibir la riqueza de la sabiduría de la Teología a la hora de ayudarnos a leer nuestra historia. Fueron unos espacios muy bonitos de intercambio con gente de todas las diócesis españolas. En la Universidad Gregoriana tuve contacto con gente que me ha dejado marcado, como un monje benedictino, Ghislain Lafont, cuya enseñanza me mostró que aunar vida y estudio puede dar consistencia a muchos que están en búsqueda. Luego, quien me dirigió la tesis, don Rino Fisichella, arzobispo responsable de uno de los dicasterios de la Nueva Evangelización, me ayudó también a entender a un autor sobre el que yo estudiaba y realmente no había entendido nada, como él me dijo. Ese descoloque fue muy rico también.
Antes de todo eso ¿cuándo empieza a sentir la presencia de Dios aquel niño de Huétor-Tajar?
Desde muy pequeño. Con doce años me vine al Seminario Menor, pero hay una casa de las Hijas de Cristo Rey en un colegio en Huétor que se abrió unos años antes de yo nacer. Tener estímulos de tipo cristiano, tanto por parte de familia como por la presencia en ese colegio, han servido mucho como trasfondo para que a los once años sintiera el atractivo de la vida sacerdotal.
Es el mayor de seis hermanos. ¿Siente que ha sido un padre también para ellos?
Hay una relación recíproca, donde la familia ha facilitado el hecho de poder vivir la vocación, ya que muchos veranos que nos tocaba trabajar en el campo yo me iba a alguna actividad de tipo religioso. Aunque los inicios fueron a regañadientes porque podían pensar que me quitaba de en medio para no trabajar, luego entendieron que no era un capricho porque había una llamada que responder, que Dios es antes que la familia y que en esos momentos yo tenía que dar el paso. Al ser seis mi padre decía siempre que yo era el primero y tenía que dar ejemplo a los otros, a nivel de tratar de no salirse mucho del tiesto, de tener un deseo de estudiar y no perder el tiempo porque venían otros detrás. A nivel económico pudimos salir adelante con becas. Sin eso no hubiera sido fácil.
Cuando siente la llamada del Señor ¿cómo lo encaja su familia?
Cuando tenía doce años expresé al sacerdote de mi pueblo que quería ser cura. El conocía a don Antonio Molina, el hermano de don Francisco, e hizo de puente hablando primero con mis padres. Me orientó para presentarme en el Seminario Menor para hacer unas pruebas de acceso que había de tipo psicológico e intelectual. En ese momento, con la ayuda del párroco, don José Díaz, la familia se dio cuenta de que no era un capricho sino que había un aval de una persona adulta y eclesiástica que veía que podía darse esa posibilidad. Mi abuela, que vivía con nosotros, era muy religiosa también, iba a misa a diario y lo vio con buenos ojos. En ella tenía un testimonio de alguien que buscaba a Dios en su vida de manera muy sencilla, pero muy concreta.
¿En qué cree que ha cambiado como sacerdote desde el día que se ordenó?
Desde aquel 15 de agosto de 1987, en la Catedral, he cambiado en el sentido de estar abierto a realidades que el Señor ha ido pidiendo, que no me imaginaba ni habría querido porque en los diez primeros años tuve cinco cambios de parroquia. Entraba y conocía a las personas y el obispo me decía vete a otro sitio. Eso hizo que estuviera muy desapegado de las relaciones que construía en un lugar porque sabía que aquello podía cambiar. Por otra parte, sentir la disponibilidad de estar donde la Iglesia me lo pedía. Luego han venido casi veinticuatro años y ha tocado estar aquí en la Basílica con muy distintos encargos, atención a jóvenes del Movimiento Familiar Cristiano, como arcipreste de la zona centro, luego como vicario general de pastoral y como delegado para el clero y posteriormente seguir con la vicaría para el clero y convertirme en párroco de la Basílica. El Señor te lleva a veces donde no quieres, pero si le das la prioridad, Él te va abriendo también camino. Cuando me dijeron que venía a la Basílica el barroco como estilo me costaba mucho, porque me gustaba algo más simple como decoración y estilo de vida sentimental, y en todos estos años me he dado cuenta de la riqueza que aporta. También he asumido muchos contrastes de la vida humana porque es muy variada en sus riquezas y en sus miserias. Ha habido muchas dificultades también entre medias, como todos sentimos en nuestras vidas, pero el Señor está vivo y Él te saca de esos momentos de atasco y de no entender cosas.
Como la pandemia.
Nos rompió esquemas y agendas. En los primeros meses tenías que acoger a quienes venían a quitar bodas, a dejar de celebrar sacramentos, lo que significaba quedarte sin un soporte de vida parroquial, tal y como lo habías tenido antes de presencia. No obstante, intentamos mantener siempre una Eucaristía en hora temprana, en tiempo de restricciones, para que hubiera una pequeña comunidad que como un resto siguiera participando. Se potenció la labor de la caridad y en este sentido Cáritas parroquial y la Obra Social de la Hermandad han sido elementos muy importantes. Por otra parte, estaba el uso de los medios, llamadas de teléfono, correos y whatsapp para sostenernos y el hecho de incorporar para los grupos los encuentros online. Al hilo de eso, tener que combinar la libertad de vivir la fe en medio de una situación de restricciones y de miedo de mucha gente porque las personas necesitan de las relaciones también. Gran parte de la actividad ha sido que gente habitual, ancianos, enfermos no se descuelguen ni se sientan aislados. También el aceptar que hemos tenido que reducir celebraciones, que nos hemos quedado a la mitad los días de diario, pero que esto puede ser una posibilidad porque la vida de la Basílica no sólo es litúrgica o cultual porque hay otras muchas dimensiones que hay que potenciar y sostener. Y al haber menos sacerdotes tenemos que adaptarnos a las fuerzas que tenemos.
Visto desde fuera, la Basílica parece en ocasiones “los reinos de taifas” por la diversidad de los grupos parroquiales que lo componen. ¿Cuesta que haya buena sintonía entre ellos?
Ese ejercicio de vivir la comunión desde la diversidad no siempre lo conseguimos de una manera perfecta, pero si he percibido una convivencia cordial, sin tensiones. Es importante el papel del Consejo de Pastoral de la parroquia. Tres veces al año intentamos hacer confluir la programación de todos los grupos. Como parroquia procuramos también que haya un par de referencias objetivas y un calendario común con momentos propios de cada grupo, pero sin perder de vista la presencia de otros en el mismo lugar, que viven desde otras claves.
Teniendo en cuenta esto y toda la agenda que tiene, su afición por el running ¿es una forma de desconectar o es que verdaderamente le han dado ganas de salir corriendo en más de una ocasión?
Eso fue algo que aprendí en el seminario, que la vida espiritual está muy unida a la experiencia física y corporal. El cuidar el deporte como parte de la salud espiritual ha sido algo muy bonito para mí. Te das cuenta de que la mente, lo físico y el corazón no van por sitios distintos sino que se tienen que aunar. El salir a correr varias veces por semana o el contacto con la naturaleza es una prioridad junto a otras realidades de oración o trabajo apostólico que hay que tratar de mantener a la vez. Me ayuda a estar en la Basílica de una forma serena, a vivir en el presente y soltar tensiones. Es un remedio médico que colabora y mientras la rodilla lo permita seguiremos potenciando esa faceta y ayudando a que otros lo descubran como algo importante. A muchos se lo digo e, incluso, como penitencia en algunas confesiones. “Salga tres cuartos de hora a caminar”, porque el problema es que estamos metidos a veces tan dentro de nuestro propio embudo y problemática que el hecho de ver luz, naturaleza y oír pajarillos es algo que te equilibra. A veces la parte humana forma parte de la solución espiritual y hay que incorporarla.
Hablando de innovaciones, el cepillo eléctrico para donaciones ha sido la última gran novedad. A eso hay que añadir ese gran salto que han supuesto, en comunicación, las redes sociales, las retransmisiones de eucaristías y cultos, y el gran trabajo desempeñado por la Hermandad y la parroquia a través de sus webmasters Paco Castro y Antonio López, con todo ese despliegue informativo que están realizando. ¿Se nota el cambio?
La tecnología es una herramienta, una ventana para salir a la sociedad y un campo que debemos recorrer en la Iglesia porque es vital. Este último año ha supuesto un salto de calidad, sin bien es cierto que tenemos que perfeccionarlo. Hay muchos medios, pero mucha gente, que al ser mayor, no siempre tiene la oportunidad de usarlos ni de incorporarse, aunque algunos están haciendo también su esfuerzo y les sirve para decir que no es tan difícil. Gracias a eso podemos caminar en red con la diócesis y con otras parroquias para aprovechar lo que uno hace y viceversa. Te das cuenta de que todo en este mundo está interconectado, que hay un sentido de globalidad y que no vivimos aisladamente en la parroquia al margen de otras.
¿Qué demostración de fe le ha impresionado más en todo el tiempo que lleva en la Basílica?
Ha habido muchos. Uno que me ha marcado especialmente ha sido el de un chico de la zona norte de Granada. Un día de invierno lluvioso vino descalzo y apareció por la sacristía a las ocho y media de la mañana. Le pregunté a donde iba así con la que estaba cayendo. Me contestó “Vengo a hacer una promesa a la Virgen y a rezarle un padrenuestro, que no sé si me acordaré, porque tengo a mi hermano en la cárcel y vengo a pedirle que le ayude y lo libre”. Aquello me desconcertó porque entiendes que hay mucha gente que tiene una unión con Dios que no es litúrgica o institucional a través de una parroquia, aunque lo que ha aprendido de sus abuelos de hacer una promesa a la Virgen le lleva a realizar un sacrificio corporal de este tipo. Dios tiene formas de llegar a los demás muy distintas a las que nosotros podamos programar o esperar. Durante todos estos años ha habido momentos muy ricos, sobre todo en el mes de septiembre por ver como el pueblo de Granada, de una manera u otra, se siente unido entre sí gracias a la devoción a la Virgen. Ha habido experiencias con los grupos y, sobre todo, con los más jovencillos a los que hemos dedicado muchas energías en el esfuerzo de que continúen después de la comunión con el objetivo de que haya visibilidad para los adolescentes y jóvenes. Las convivencias en Calahonda también han dado mucho fruto en ese sentido. La última experiencia que hemos vivido este año ha sido acoger a las veinte familias que no podían tener catequesis de primera comunión en su colegio. Le ofrecimos la cercanía y la formación y gracias a cinco madres ha sido posible la catequesis y la primera comunión y se ha creado una relación muy bonita en el deseo de salir de esa dificultad. He visto personas con ilusión, con la sorpresa de conocer muchas facetas que no han visto. Y en la alegría de preparar a sus hijos ellas mismas también se han encontrado con la fe de una manera renovada.
¿En qué situación se encuentra la Archidiócesis de Granada?
Con Don Javier, nuestro arzobispo, y con todo el presbiterio, se encuentra en un momento en el que la situación de la pandemia ha condicionado mucho el ritmo de nuestra vida pastoral y nuestra forma de ser creativos. Hay una necesidad de una comunión siempre mayor porque la tendencia al individualismo la tenemos todos y la sociedad a veces la introduce dentro de la vida eclesial. Para poder salir de esto está la acogida de aquello que el Papa propone en la Fratelli tutti (Todos hermanos), que es una respuesta global al momento que estamos viviendo. Intensificar el sentido de la fraternidad es la mejor de las respuestas en una iglesia local como la nuestra porque necesita siempre conversión, volver al Señor una y otra vez y crecer en unidad entre todos. Y más cuando a nivel social la secularización avanza mucho y el deseo de que lo religioso se quede sólo en la intimidad y en la sacristía. Los laicos tienen un papel urgente de salir y llevar a la vida púbica la vida evangélica. Es un reto y un desafío y el Congreso Nacional de Laicos del pasado año en Madrid es una pista que nos puede dar orientaciones muy valiosas.
¿Se ha perdido la valentía de transmitir la fe?
Estamos en un tiempo en el que tenemos que aprender a no vivir encogidos. Hay que recuperar el sentido de valentía y alegría de comunicar la fe. La sociedad vive con cierta indiferencia a lo religioso en algunos campos y en unas zonas más que en otras y no hay un prestigio social como en otro tiempo tenía el sacerdote. Necesita vivir en libertad, pero sin apoyos que en otros momentos podían ser claros.
Por María Dolores Martínez