“Le doy muchas gracias a Dios por tantos dones que he recibido de la Virgen”
Hace treinta y cuatro años, Manuel Alejandro Amador, historiador y reconocido cofrade granadino, recibió un regalo de cumpleaños que cambiaría su vida para siempre: conocer cara a cara a la Virgen de las Angustias, a la que cariñosamente llama “la que respira”, entrar en su casa y formar parte de una familia en la que la seño Mari Carmen y don Carlos Torres fueron los mejores pilares del ser humano y hombre de fe que es en la actualidad. Ahora divide su corazón entre la Madre y su niña, La Esperanza, pero en el principio y fin de todo siempre estará la que vive en la Carrera.
Un día Rosendo, quien fuera decano del cuerpo de horquilleros, le lleva de la mano a ver a la Virgen y le cambia la vida por completo.
Un 31 de agosto de 1987. El día antes había cumplido diez años y Rosendo siempre venía a mis cumpleaños. Me dijo “mañana te voy a hacer un regalo especial”. Y tan especial que fue porque me llevó de la mano a la Virgen. Recuerdo ese paseo como si fuera ayer. Entramos por el patio a la sacristía. Allí estaba la seño Mari Carmen Vílchez, nuestra seño. Rosendo me soltó de la mano y me dio la mano de la seño y le dijo “Seño, este ya es tuyo y se queda aquí”. No se me olvidará nunca que cuando la seño preguntó quién era, Rosendo contestó “un niño que, a pesar de lo chico que es, sabe más de la Virgen que tú”.
¿Dónde arranca la devoción por la Virgen?
Vivíamos con mis abuelos en la Plaza Castillejos en la calle San Jerónimo, en el primer piso. Eran unos pisos enormes, una casa palaciega convertida en una casa de vecinos. Teníamos un patio muy bonito que mi abuela tenía llena de macetas, presidido por la Virgen de las Angustias. De niño, como no alcanzaba a la cerámica de la Virgen, organizaba procesiones en el patio con postales de la Virgen. Las montaba con plastilina en cajas de zapatos. En el segundo piso vivía Rosendo y su señora. Llevaba años observándome y le sorprendía que siendo tan niño siempre estuviera con la Virgen en la mano. Cuando cumplí diez años decidió llevarme a la de verdad.
Un cambio radical…
La Basílica se convirtió en mi casa. Había un grupo parroquial en ese momento que era una pequeña familia. Me insertaron en él rápidamente. En la mente de un niño de diez años aquella imagen que había visto en estampas, en fotos, de la que me habían hablado toda mi vida en casa y con la que había aprendido a rezar el avemaría junto a mi madre y mi abuela se había convertido en una imagen real y palpable, estaba en su casa e iba a diario a la habitación de la Virgen. Cuando se hacían los equipos de limpieza los viernes yo siempre me pedía el camarín. Ahora que tengo cuarenta y cuatro años y lo veo todo con perspectiva aquello supuso una forma de vida en cuanto a mi compromiso cristiano, a mi formación. La seño Mari Carmen te exigía pero al mismo tiempo te daba mucho cariño y te enseñaba. Recuerdo que una vez le dije “seño, se me ha olvidado preparar las vinagreras” y me contestó “pues prepáralas, pero en tu casa, porque aquí son vinajeras, que es el agua y el vino”. Todos los días eran una lección. En ese momento no lo valoras pero con el paso de los años he sido consciente la suerte tan inmensa que he tenido por estar tan cerca de la Virgen y por todo lo que he aprendido.
¿Cuál es el primer recuerdo que guarda de Ella?-Ir con mi abuela Encarna de la mano, hecho un coco, a los pies de la escalinata del altar mayor. Me decía “esta es la Virgen, no hay más. Cada vez que reces el avemaría acuérdate de que se lo estás diciendo a Ella”. Era una devota tremenda y cuando era un poco más mayor y le pregunté porqué la llamaba la Virgen y porqué la quería tanto, me contestó que la Virgen era como la Caja General de Ahorros porque estaba la principal, que era Ella, y después todo lo demás, que eran sucursales. Me quedé patidifuso.
En su opinión ¿qué tiene la Virgen de las Angustias que no tenga ninguna otra imagen? Con permiso de su Esperanza, su otra gran debilidad.
Después de haberlo estudiado mucho, de haberle dado muchas vueltas a la cabeza y de mi experiencia personal lo que la hace especial es la Unción. Santo Tomás de Aquino decía de la Santísima Trinidad que el que unge es Dios, el ungido es Jesús y la Unción es el Espíritu Santo. Yo tomo estas palabras y digo que todas las imágenes son para venerarlas, están bendecidas y tienen cierta belleza, pero hay algunas que están hechas de un material que está vivo y que por su historia y por los siglos que han estado en el mismo lugar han recibido muchísimas peticiones y acciones de gracias. La Piedad de Miguel Ángel es una obra sublime, maravillosa e imprescindible para la historia del Arte pero nunca obtendrá devoción porque está hecha de un material inerte y muerto, como es el mármol. En el sur las imágenes son de madera y la madera es un material vivo, se ensancha y se contrae. Imagínate un material vivo recibiendo semejante cantidad de energías durante prácticamente cinco siglos, como es el caso de la Virgen. Su secreto es su Unción. Todos los siglos que han pasado por Ella y las transformaciones que ha sufrido son un compendio de muchos conceptos, algunos de ellos inabarcables, que han hecho de la Virgen una imagen única en el plano artístico y estético. Como la esencia de un perfume de París, carísimo, concentrado todo en una sola imagen.
Usted ha llegado a decir que es “la que respira”.
De pequeño me pasaba muchas horas observando a la Virgen entre las columnas del camarín. Cuando la veía de perfil, tan regia y yo tan chico, uno de los rasgos que más me sobrecogían y me llamaba la atención era el volumen del pecho con respecto al cuello y el rostro de la Virgen. Ese pecho está refulgente por las joyas y al más mínimo movimiento vibran. Me decía de chico “claro, porque la Virgen respira”. Para mí era como el que había descubierto un tesoro y de mayor la Virgen que respira se ha convertido en una de las formas de referirme a Ella que ha dado la vuelta a Andalucía.
Junto a la seño Mari Carmen, otro pilar fundamental en su formación y vida de fe fue don Carlos Torres Quirantes, párroco de la Basílica. ¿Qué le aportaron los dos?
He tenido muchas bendiciones de Dios en mi vida. En aquella época existía un muro de Berlín invisible que partía la Basílica en dos. Vista de frente, el lateral derecho era parroquia y el izquierdo era Hermandad y eran dos mundos que no se mezclaban. Sólo Rosendo y el secretario general, Antonio Porras, tenían un contacto fluido con la parroquia y de la parroquia el único que cruzaba al despacho para mil cosas era yo. En la parroquia, en aquel micro mundo estaban las señoras de la limpieza, un grupo de madres que tenían a los niños en el colegio y ayudaban los viernes a las señoras de la limpieza de forma altruista y los niños de la seño que limpiábamos los vasos sagrados y contábamos el dinero de los cepillos. Yo tenía una referencia materna en la seño, una mujer enérgica, con carácter y de profunda fe. La persona que necesitaba la basílica al albergar una imagen de semejante fe y devoción. Era como una gobernanta en un hotel, la que distribuía el trabajo. Ella nos reñía con cariño, nos permitía algunas concesiones y entendía nuestras fechorías. Yo pocas, pero mis compañeros de aquel momento, Jesús Pedrosa y José Ramón, eran dos trastos enormes. O caían ellos o caía yo, aunque yo lo hacía al pilar cada vez que veían que llevaba algo de estreno. No había novena en que me librase. Don Carlos Torres nos reñía desde la seriedad y era más rígido, la figura del padre. Con el tiempo lo he agradecido porque nos enseñó a ser hombres, honestos, leales, a querer a la Virgen de forma seria y con compromiso de vida. El era muy serio y muy incomprendido en toda Granada. Fueron años muy fructíferos en la Basílica pero muy difíciles para él. Y había que conocerlo de puertas para adentro porque era un santo y tenía obsesión con la pulcritud y transparencia en la administración del dinero.
Fue monaguillo y a punto estuvo de ser sacerdote también gracias a esa base tan buena.
Tuve vocación al sacerdocio, pero no la abandoné sino que la transformé en una vocación laica. Estuve veintidós años de monaguillo y mi misión, por mi predisposición, fue el altar. Rezaba el santo rosario todos los domingos desde el púlpito con alba blanca. Los rosarios más importantes se hacían durante la novena y en ella se llamaba a la Virgen de Vos en su oración. También se hacía la exposición del Santísimo todos los domingos por la tarde, la procesión claustral de los segundos viernes, además de los cultos de septiembre.
Explíqueme esa tradición tan preciosa de los nardos en el camarín de la Virgen, de la que usted fue testigo en su origen.
A todo hay que ponerle nombre y apellidos en esta vida. Esa bellísima tradición es de la seño Mari Carmen Vílchez. Comenzó en la segunda o tercera ofrenda floral. La Virgen había salido ya dos veces a la puerta y don Carlos decidió que no se debía hacer más por conservación de la imagen. Se decidió que la Virgen no se moviera del camarín el 15 de septiembre. La seño pensó que la mejor forma de llevarle hasta sus plantas el regalo que le estaban haciendo sus hijos de toda Granada, en forma de flor, era coger algo tan de la Virgen, como son los nardos, que había en los ramos de los paneles y en los centros, y llevarlos al camarín. Yo era uno de los encargados en la ofrenda de ir extrayendo los nardos conforme iban llegando y se ponían en unas ánforas de plata de la escalinata. Imagínate la concentración de nardos en el camarín, que era como ratificar el olor de la Virgen.
En alguna ocasión me ha contado que le cantaban a la Virgen el feliz en tu día en su camarín por aquella época.
Se hacía dos veces al año, la noche del 7 de septiembre y la del 14. En esos días cenábamos con la seño después de los cultos. A las doce en punto entrábamos al camarín y le cantábamos a la Virgen el cumpleaños feliz por su Natividad del día 8 y el feliz en tu día por su santo, el día 15. En el mes de la Virgen tenemos la suerte, además, de celebrar su cumpleaños y su onomástica. Otro detalle muy bonito, del que puede dar fe Pepe Gámez, es que el 14 de septiembre el exorno floral era todo rojo, los famosos gladiolos, por la exaltación de la Cruz y esa noche, después de cantarle el feliz en tu día a la Virgen los gladiolos pasaban a ser todos blancos.
Ahora es un reconocido cofrade. ¿Qué importancia ha tenido en ello sus estudios de Teología e Historia del Arte?
Soy eminentemente mariano gracias a la Virgen de las Angustias y a mi infancia allí, rodeado de pleno barroco granadino. Primero fue la semilla de la inquietud y del amor a la imagen, luego el compromiso con la fe y después también una parte de erudición y estudio porque siempre quise llegar al fondo. Mi obsesión era leer todo lo escrito sobre la Virgen. Me puse a estudiar y a profundizar y pongo por ejemplo la que tuve que liar en su día para leer el tratado de la Virgen de las Angustias del imaginero Sánchez Sarabia de 1777 en castellano antiguo. A partir de los quince años sentí la necesidad imperiosa de estudiar esta parte de mi vida que tanto me influenciaba e interesaba. De hecho, cuando hice el pregón oficial de Semana Santa en 2020 sólo tenía una idea clara sin saber aún el hilo argumental, que el pregón tenía que comenzar con la Virgen de las Angustias.
Ese pregón tiene lugar justo antes del confinamiento. ¿Sufrió mucho con él?
Mucho porque no entendía nada de lo que me estaba pasando, ni bueno ni malo. Los agasajos, aunque bonitos, son abrumadores. Además, yo acababa de terminar un ciclo maravilloso de diez años de mi vida en Jerez de la Frontera donde tuve mi negocio. Fue muy duro. Por eso tenía la mente en blanco, pero sabía que tenía que empezar con la Virgen.
¿Cómo vivió su amor por la Virgen desde Jerez?
Mal y así lo dije en el pregón en una pequeña estrofa. Sólo lo entendieron los de Jerez cuando hablando de los ojos de la Virgen de las Angustias dije “que por la lejanía te busqué en la Merced y en el racimo, en la mirada a los cielos que guardan los capuchinos y en los cascos que mancha el albero”. Merced es la patrona de Jerez, racimo es por el vino y la mirada a los cielos que guardan los capuchinos es porque yo fui prioste en Jerez durante cinco años de una hermandad franciscana y la titular mariana es la Reina de los Ángeles, una imagen que mira al cielo. Hice una breve descripción de la ciudad donde viví diez años recordando a la Virgen. Me consolaba que estaba hablando todo el día de Ella y, de hecho, medio Jerez ha venido en distintos momentos para conocerla, con ocasión del Congreso Nacional de Hermandades de Virgen de las Angustias, y de los dos pregones que he hecho, tanto el de Coronación de la Esperanza como el oficial. Ha sido una prueba que me ha dado madurez. Cuando volví el año pasado me daba miedo estar a solas en la Basílica y enfrentarme de nuevo a los recuerdos de mi infancia y ese hielo lo logré romper gracias a Álvaro Abril y Jesús Arco, que me pidieron que les ayudara con las flores para el día en que la Virgen estuvo expuesta para su veneración. Me di cuenta que las personas de la Virgen siguen acordándose de mí y me quieren igual. Se me disipó el miedo rápidamente y eso es un regalo de Ella porque no he perdido la cercanía física con la Virgen. Desde aquí también quiero expresar públicamente mi agradecimiento de corazón a ti y a todas las camareras de la Virgen por vuestro cariño, cercanía y por no crear muros de separación como en otras épocas. También por vuestro maravilloso, callado y esencial trabajo, que este año se ha exteriorizado a nivel de medios de comunicación sin contar detalles ni poner una lupa sobre él. Se ha puesto cara y se ha dado visibilidad a las camareras.
Sé que es difícil elegir, pero ¿Cuál ha sido la experiencia más bonita que ha tenido a nivel cofrade y, en especial, con la Virgen?
La más especial queda para la Virgen y para mí. La más bonita siempre ha sido cuando la Virgen se deposita en el suelo de su camarín, en esos pocos días del año que puedes verla tan cerca. Ese arqueo de cejas que son dos arcos de medio punto, una catedral donde entra toda Granada, esos ojos del color del caramelo, ese marrón miel, esa dulzura de ojos, esas mini pestañas, esos dientes tallados superiores e inferiores, esa lengua que se intuye. La suavidad que toma la imagen cuando te acercas, que se convierte en rigor y majestad cuando te alejas. Siempre fui consciente desde niño que allí no podía estar cualquiera y que aquello era un regalo y un privilegio muy especial de la Virgen. Como cofrade el momento más especial fue la noche del 13 de octubre de 2018 cuando vi a mi Madre y a “mi niña” juntas, cuando se vieron las caras mi Virgen de la Esperanza, que venía de la Catedral de ser coronada, con nuestra Madre de las Angustias. Tanto a nivel cofrade como personal nunca tendremos vida suficiente en la Esperanza para agradecer a la Hermandad de la Patrona las horas en que se llevó a cabo con toda la Basílica encendida y engalanada y el altar que montó Álvaro Abril en la puerta del despacho de la Hermandad con la Virgen del Olvido vestida de Esperanza. Ese encuentro sólo se ha producido en tres ocasiones y he tenido la oportunidad de estar presente también en el año 2000, cuando la Virgen entró en la Catedral por ser el año especial del Jubileo, y en la Magna Mariana de 2013.
Dice que el botón negro de su sensibilidad es la Virgen de las Angustias y el botón verde, la Virgen de la Esperanza. Me gustaría que las últimas palabras se las dedicara al que es su otro gran amor.
Si la Virgen de las Angustias es la Madre, la infancia y adolescencia, la Virgen de la Esperanza es la niña de mis ojos, la novia, la que te hace los guiños y mi madurez. Sin la devoción a la Virgen de las Angustias jamás hubiera llegado a la Hermandad de la Esperanza y a la devoción tan tremenda que le tengo. Le doy muchas gracias a Dios por tantos dones que he recibido de la Virgen, que son inmerecidos. Soy un elegido de Ella desde pequeño. Esa abuela que me enseñó a querer a la Virgen, ese niño que jugaba a hacer procesiones con la Patrona, ese señor que lo observaba, que era el decano de la Virgen….son regalos que la Virgen me ha hecho a través de la vida.
Por María Dolores Martínez