Uno de los momentos más emocionantes, entrañables y sentidos de la Hermandad, es cuando se realiza la bajada del Camarín de la Santísima Virgen dé las Angustias. Labor reservada a sólo unas cuantas personas que tienen el enorme privilegio de poder contemplar por unos momentos, de cerca, el rostro majestuoso de la Señora y Madre de los granadinos, que quedará para siempre grabado en sus corazones como un recuerdo imborrable…
En la penumbra y en el silencio de este suntuoso Camarín de finos mármoles y espejos, de cuadros y consolas, donde todo el amor del mundo reunió en torno a la bendita Madre un tesoro de amores, se desarrolla una de las escenas más conmovedoras y preciosas…
Cuando la Virgen desciende de su pedestal de mármol, donde a lo largo de todo el año ha ido recibiendo las súplicas, las oraciones, los besos, las confidencias de todos sus hijos. Pedestal que se ha ido empapando de sus benditas lágrimas cristalinas que han ido resbalando de sus tersas mejillas, hasta el dulce regazo donde reposa el cuerpo inerte de su divino Hijo y ha humedecido sus manos dulces de madre amorosa…
Cuando la imagen desciende hasta el suelo y sus camareras solícitas se acercan a quitarle la preciosa corona y el manto para vestirla con las ropas de la Reina, que serán la admiración de toda la ciudad porque la ciudad se las regaló para que así las luciera, hay una emoción infinita al acercarse hasta Ella, y poder contemplar su rostro…
Hay una emoción contenida que aprisiona los pechos y los labios ante la proximidad de la Madre… es como si la imagen respirase, se sintiese aliviada del profundo dolor, y cayese en un desolado abatimiento…
Nunca más cerca, nunca más humana, nunca más mujer y más Madre y no nos atrevemos a mirarla, porque sentimos una pena profunda taladrándonos el corazón. ¿Quién la consuela? ¿Quién la alivia? ¿Quién puede hablarla?…
Hoy me he acercado Señora
y he contemplado tu llanto,
esas mejillas de seda
y ese temblor de tus labios,
esos brillos de tu rostro
que me dejan denodado
y esas manos temblorosas
hechas de flores de nardos
apenas puedo mirarte
Señora de mis quebrantos
y siento yo tanta pena
que no te miro a los labios.
Lágrimas de sal amargas
se que tu estás derramando
en este silencio augusto
de tu Camarín de mármol
rodeada de unos hijos
que te estuvieran esperando
para ofrecerte un pañuelo
con que secarte el quebranto
si al verte así abatida
con el pecho atravesado
por un dolor tan profundo
que no supiera expresarlo.
Déjame que te contemple
desde el oro de tu manto
y tu corona de Reina
que los ángeles labraron
para dejarla en tus sienes
como el mejor… relicario.
Déjame que te contemple
desde este hermoso retablo
como una triste azucena
que los cielos consolaron
en una tarde de angustias
mientras te fueron llevando
esos hijos Horquilleros
que van junto a Tí rezando.
No puedo decirte nada,
Señora de mis quebrantos
si al verte tan abatida
y con las manos temblando,
lloran hasta los surtidores
de las fuentes de los patios
de esas noches granadinas
que los pintores… copiaron.
Déjame caer a tus plantas
como el más firme vasallo
y depositar mis besos
en la orla de tu manto
porque una Madre tan buena
no debe seguir llorando
que lloren los miradores,
los cipreses y los álamos,
que lloren torres y almenas,
que lloren todos los pájaros,
que llore la ciudad entera,
con torres y campanarios,
con plazas y jardines
con esquinas llenas de colores blancos
pero tus ojos Señora
esos que no sigan llorando
porque Granada se muere
por todos sus cuatro costados..
Joaquín Capel García
Caballero Horquillero
