Ninguna prenda, de cuantas conforman el ajuar de la Patrona de Granada, es tan significativa como el manto, al que vinieron a unirse otros aditamentos como la corona (1588), la media luna (1640) y la cruz con sudario (1660). Más allá de un elemento funcional, esencial en imágenes de vestir como es ésta de las Angustias, el manto tiene un acusado sentido de protección, recogido en una de las estrofas más populares del Himno de nuestra Patrona. Es la señal de su amparo sobre Granada y sus hijos e hijas –de ahí la costumbre de pasar bajo su manto a los recién nacidos-. Iconográficamente la imagen de María que despliega su manto protector sobre los creyentes suele recibir el nombre de Misericordia. Los mantos de Nuestra Señora de las Angustias son, a la par que una ofrenda de amor mantenida a lo largo del tiempo, y con la misma intensidad, el reconocimiento de su amparo y protección providenciales.
En la actualidad la venerada Imagen patronal cuenta con un total de seis mantos, todos ellos expuestos en la muestra permanente que ofrece la Hermandad. Todos ellos, como corresponde apropiadamente a la escena de dolor que representa, de color negro, bordados en oro y sedas. Pero históricamente se conoce la existencia de otros antiguos ya desaparecidos, lo que elevaría su número hasta una decena. Son de amplias dimensiones, tanto en su boca como en su cola, como corresponde a una Imagen de envergadura que se muestra en alto, ya sea en el pedestal de su camarín, ya sea en el altar portátil que es su trono procesional.
Y estas dimensiones, que superan los cuatro metros de largo, tienen un significado profundo, a un tiempo de elevación y de cercanía. Porque aunque Ella, glorificada en cuerpo y alma, asciende sobre los mortales, nos deja un manto al que aferrarnos. El manto de la Virgen de las Angustias roza el suelo, porque su mediación nunca desampara al pueblo fiel. A la vez, la preservación de estos mantos, como la de tantas otras piezas de su patrimonio artístico, es un deber inexcusable de la Hermandad, que ha materializado en los últimos años en actuaciones diversas de restauración y conservación.
Los mantos desparecidos.
Nada queda de aquellos mantos que hoy sólo conocemos por las páginas de la Historia, como el donado por el Ayuntamiento de la ciudad en la temprana fecha de 1628, señal del reconocimiento que ya le profesaba la ciudad entera, el encargado por su Hermandad en 1698, cuyo bordador fue Gregorio García de Buchillos, el ofrendado por el obispo de Cádiz D. Antonio de la Plaza en 1792, eclesiástico natural de Granada, que era negro bordado en oro y perlas, al que completaba una toldilla y un sudario, y tal vez otro con terciopelo regalado por el Arzobispo en 1824. Uno de estos u otros distinto es el conocido como el manto de “azabache”. Todos ellos, pese a la parquedad de noticias, nos remiten a un hecho incontestable: esa devoción mariana profunda y extensa, arraigada cada vez más con el discurrir de los años en la sociedad granadina.
Los mantos conservados.
Los seis mantos conservados se encuentran en perfecto uso y, con mayor o menor regularidad, los viene luciendo en la actualidad la Patrona de Granada: