Pañuelos de la Virgen

Queridos hermanos:

Este confinamiento está poniendo a prueba nuestra paciencia y nuestro estado de ánimo. Esta enfermedad está descolocando a la humanidad entera, hemos sido capaces de llegar a la luna, hacer trasplantes de órganos, los avances en electrónica y comunicaciones escapan a la capacidad de comprensión de muchos de nosotros, confiábamos que la ciencia nos daría todas las respuestas y hemos sentido en nuestras carnes sus límites. Como es posible que con tantos logros humanos la única manera de combatir esta pandemia sea sacrificando nuestra libertad. Las autoridades sanitarias nos recomiendan lavarnos mucho las manos, ponernos mascarillas, quedarnos en casa, pero no nos recomiendan Rezar, pedir a Dios y Nuestra Madre la Virgen de las Angustias por nuestros hermanos y los que nos están abandonando en nuestro valle de lágrimas terrenal y que ya ven la Luz de Dios, luz que de forma inexorable todos vamos a ver, pero hemos de tomar conciencia del respeto y recogimiento que les debemos con la moderación de nuestros actos, hermanos nuestros que nos están dejando callada e imnominiosamente en forma de números y datos estadísticos, cuando se les cuenta, que hacen extraordinariamente dura su despedida. Sobre todo personas mayores a las que le debemos TODO, nuestra vida, nuestro conocimiento, nuestra formación. Sanitarios, fuerzas del orden y demás profesionales considerados esenciales de primera línea, Rezar por ellos, rezar para que alguno de nuestros eminentes científicos dé con el remedio de esta lacra. Rezar para estar más cerca de Dios. Uno de mis pacientes me hizo una afirmación: “tu no has observado que las personas que están más cerca de Dios enferman menos”. La verdad es que no existe evidencia científica ni estadística que avale esta afirmación y en principio y atendiendo a mi formación médica se lo negué, pero he aquí que me hizo reflexionar y reconocer en mi interior algo que está vetado a un número no pequeño de compatriotas que igual me toman por demente, no así vosotros, pero que no puede mi desazón mantener en secreto. Creo que todos conocéis esos pequeños pañuelos que con tanto amor confeccionaba Ana, gran mujer que calladamente y junto a su hermana dedicaron su vida al servicio de nuestra querida Virgen de las Angustias y que ponía bajo su Manto con una dulzura infinita en los cultos y procesión, trocitos de tela benditos que estaban impregnados del Amor y Fervor emanados de los actos en honor a nuestra Patrona, y que simbolizaban nuestra Fe y nuestra Esperanza en Ella, que no se puede medir por procedimientos humanos, ningún eminente físico sería capaz de medirlo pero que flota en el aire y nos envuelve. Pues bien este que suscribe no se avergüenza y además siente mucha paz en reconocer que junto a la receta de amoxicilina, aspirina u otras drogas suministradas a sus pacientes y en no pocas ocasiones donde sus conocimientos y de otros colegas no han llegado o ante el convencimiento de que nuestros remedios no evitarían un mal desenlace, ha entregado este trocito de tela en forma de pañuelo de la Virgen. Siempre recuerdo con cariño a mi admirado y respetado D. José Villarejo, decano del cuerpo de horquilleros que yo conocí ya muy mayor pero con una mente privilegiada. “grillillo lo que yo he visto que han hecho esos pañuelos”. Ahora con el paso del tiempo recuerdo esas palabras que confirmo, y no quiero decir que sean milagrosos, esa afirmación correspondería a niveles teologales que escapan a mi comprensión, pero si quiero afirmar que han llevado el consuelo y la paz a muchas familias ante la adversidad y la enfermedad. Sentado esta tarde frente a mi cuadro favorito de la Virgen y cerca del cuadro del Cristo de la escalera, heredado de mi familia y que no se si tiene mucho valor artístico pero si espiritual, al que acudían todos los Viernes Santos a las 3 de la tarde mi familia y vecinos reunidos en torno a él a pedir los 3 favores, me había propuesto escribir algún relato de la Ofrenda, pero no sé porqué ni como, mi pluma se ha desviado a contaros mi experiencia con este talismán, este pequeño pañuelo que llevo siempre conmigo y que sin duda me protege, porque sé que llevo el amor de Dios y Nuestra Madre cerca de mí. Quiero terminar este relato con una reflexión del Arzobispo castrense en la homilía de este domingo de Misericordia.”Dios no nos ha abandonado en esta crisis, lo que cabe preguntarse es donde estaba el hombre al comienzo de la pandemia”.

Adolfo Torres Izquierdo

 

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