Este periodo de cuarentena, que por desgracia nos está tocando vivir, fomenta los momentos de reflexión y recogimiento, momentos de oración para la intercesión de los enfermos y protección de las familias, pero también debe servirnos para detenernos y rememorar aquellos lugares y momentos que tantas emociones nos han proporcionado. El lugar por antonomasia, para cualquier granadino, es la Carrera de la Virgen. Hoy, vamos a pasear con nuestra memoria hasta allí.
Situémonos en la Fuente de las Batallas. Tantas veces transitada y quizás no hayamos reparado en conocer el porqué de su nombre. Según cuenta la tradición, por su situación en las afueras de la ciudad en la época medieval solían situarse los ejércitos, llamados por los granadinos “batallas”, antes de entrar o salir de la capital. Zona de relevancia histórica por el cercano Castillo de Bibataubín, y en siglos posteriores por el Casino o la confluencia de vías del tan querido tranvía.
Y es aquí donde da inicio la Carrera de la Virgen, un bonito paseo arbolado de referencia en la ciudad, y que ya consta que existía en el siglo XVI. Este boulevard, entretapado por las copas de sus altos árboles, deja entrever el sol de invierno en los paseos de domingo, y cubre de frescura los paseos estivales de final de tarde, mientras las familias pasean hacia el Genil por su brillante pavimento de mármol grisáceo. Quizás acompañado de unas castañas, o un helado de Los Italianos o La Rosa.
Pero, ¿por qué se conoce como Carrera de la Virgen a la Carrera del Genil? Porque encierra entre la margen derecha de la Carrera y el cauce del río Darro, el tesoro de la ciudad, que conforma desde el siglo XVI un lugar de devoción para Granada, la Basílica de Nuestra Señora de las Angustias. Donde habita la Patrona, la que guarda bajo su manto, a toda la ciudad y foráneos que la veneran.
Una Basílica, que rememorando la historia ya publicada por la Hermandad, tiene su origen en 1501 con una pequeña ermita de Santa Úrsula y Santa Susana, que guardaba la imagen de la Piedad de María donada por la Reina Isabel la Católica. Esta imagen provocó gran veneración en la comarca, fundándose en 1545 nuestra Hermandad de la Virgen de las Angustias y Transfixión de Nuestra Señora, Santa Úrsula y Santa Susana. Tal devoción suscitaba a todo aquel que concurría por la Carrera, que fue progresivamente construyéndose la Iglesia, posterior Basílica, parroquia y hospital anejo, como se explica brillantemente por la Hermandad en su web.
Llegando a la altura de la Basílica, es imposible no girar la mirada para ver esta imponente fachada barroca del siglo XVII, envuelta por dos esbeltas torres prominentes de referencia panorámica de Granada, y que suben al cielo con sus chapiteles de pizarra oscura de las canteras de la cercana Sierra Elvira.
Andamos hasta la entrada, sintiendo la magnificencia de la portada de la Basílica, sustentada por dos pares de columnas corintias que a su vez sustentan dos columnas de vides y racimos en espiral, que rodean la hornacina de nuestra Virgen de las Angustias labrada en 1666 por Bernardo de Mora y su hijo José. Dos placas de mármol nos indican que nos encontramos en una Basílica por Bula de Pío XI, e inscribe para la historia la coronación canónica de la Virgen en 1913. Una fachada, que según datos históricos debió gozar de gran esplendor al estar pintada al fresco hasta principios del siglo XIX, y que tras la restauración posterior se retiró para dejar al descubierto la fábrica de ladrillo de barro tan característico.
Mirando a la derecha de la portada, donde cada tarde de ofrenda floral nos ha reunido, tenemos la puerta da acceso al patio, presidida por la imagen de San Cecilio de José Risueño.
Y aquí es donde, al entrar en la Basílica, sientes la inmensidad del amor de Dios al hombre, la eterna piedad de nuestra Señora que te abraza y te recibe desde su Camarín, tan lejos al final de la nave central y tan cerca de ti cuando la estás mirando en ese momento. Y es esta nave central, junto con sus capillas laterales y bóvedas, un templo considerado una joya del estilo barroco, con una terminación dorada de pintura vegetal que suscita impresión al visitante.
Imponentes tallas transmiten la relevancia de la Basílica menor de Roma que pisamos, como el Nazareno de Pablo de Rojas, o las tallas que custodian la nave central de los Apóstoles, de Pedro Duque Cornejo (1714-1718). En las capillas laterales, siempre encontramos numerosos fieles postrados ante importantes tallas como el Cristo de Burgos (siglo XVII) o San Antonio de Padua, de José de Mora.
Postrándonos ante el altar mayor, no podemos sino contemplar la imagen que preside éste, que evoca la inmensidad de su santísima fuente de piedad y hermosura, la talla de Nuestra Señora la Virgen de las Angustias. Un altar de gran riqueza, esculpido por Marcos Fernández Raya en coloridos mármoles, terminado en 1760, sustituyendo al anterior altar de madera, éste último situado actualmente en la Iglesia de Santa María de la Alhambra. A ambos lados del ventanal que deja entrever el Camarín, contemplamos cuatro estípites de mármol blanco con formas entrelazadas y abigarradas que soportan las hornacinas con las imágenes de San Nicolás de Bari, San Lorenzo, Santa Úrsula y Santa Susana, talladas en mármol blanco por Pedro Tomás Valero.
Sobre nosotros, en la altura del altar, un arco de mármol veteado de medio punto delicadamente decorado se abre al Camarín en el que se encuentra la Virgen.
Dirigiéndonos hacia la majestuosidad del Camarín, observamos que nos encontramos en la estancia privada de Nuestra Señora, de exquisita decoración, evocando recogimiento interior, y transmitiéndonos que nos encontramos en una construcción barroca de referencia nacional, y de los primeros en construirse en Andalucía. Se debe el proyecto al mercedario fray Baltasar de la Pasión, finalizándolo en 1742 tras intervenir grandes figuras como Juan de Mena, Hurtado Izquierdo y Francisco Beltrán. En él, observamos multiplicidad de colores de mármol de Sierra Nevada, Íllora, Cabra o Macael.
El Antecamarín, con pinturas al fresco transmite una cuidada representación de los dolores de María en la infancia de Jesús, sustentado por una bóveda dorada en la que angelillos portan iconografía de la Pasión.
El propio Camarín, tras la remodelación del incendio de 1916, alcanza cotas de excelencia arquitectónica para albergar a nuestra Madre en un pedestal de mármol veteado y peana de plata, desde donde cubre con su manto a todo aquel que visita la Basílica. En la cúspide central del Camarín, pinturas al fresco representan sobre un fondo celestial la Coronación canónica de la Virgen de las Angustias, en 1913, con su corona imperial. La cúpula transmite los Dolores de María, rematada por la linterna central de hojarasca dorada que engrandece la sala desde la eternidad celestial.
Un Camarín sustentado por columnas salomónicas, que recuerda cada Horquillero por cada traslado vivido, por cada oración más íntima de este Cuerpo a sus hermanos que ya no nos acompañan, cada súplica de mejoría del enfermo, y que sin duda, se emocionan al recordarlo en la memoria. Un Cuerpo de Horquilleros, llamados a perpetuar la devoción a nuestra Madre y continuar el legado que hoy recibimos del 475 aniversario de la fundación de la Hermandad (1545-2020).
Este primero del mes de mayo, mes de la Virgen, no cubrirá nuestros corazones con su manto primaveral del Arte de la Seda, llamado “de los gusanitos”. Pero Nuestra Madre seguirá ahí, habitando en la Carrera, presidiendo la Basílica y nuestras almas para trasmitirnos la invicta fortaleza de Él, para superar, como tantas otras veces, las epidemias y plagas que nos asolan periódicamente.
El Poscamarín ilumina con sus frescos los Dolores de María en la Pasión de Jesús, el padecimiento en la cruz, y el santo sepulcro. Un ángel y mujeres postradas ante el sepulcro vacío, nos llevan al anuncio de la Resurrección y da paso a la sala Capitular donde contemplar los regios mantos de la Patrona de Granada.
El Camarín de la Virgen de las Angustias, obra que exalta la majestad y trascendencia de la Virgen María, referencia del barroco español, nos sitúa además como espectadores privilegiados de la vida y Pasión del Señor, y permite postrarnos a los pies de la Patrona de Granada.
Ibán Fernández Gómez