Vine al mundo cuando amanecía el lunes 21 de mayo de 1956 en el antiguo Hospital 18 de Julio, en pleno corazón del granadino barrio de la Magdalena. Dicho hospital estaba adscrito a la Obra Sindical del Hogar y a la Obra Social 18 de Julio, donde se prestaba asistencia a las personas que estaban amparadas por el Instituto Nacional de Previsión (I.N.P.), la Seguridad Social de la época. Hasta allí llegó mi madre acompañada, claro está, por mi padre y mi abuela materna. No era primípara, pues una negligencia del médico de Colomera, donde residía mi familia, había prolongado excesivamente un embarazo anterior, lo que ocasionó la muerte de una bebé intraútero, que pudo, que debió haber sido mi hermana mayor. Escarmentada, pues, por la dolorosa y frustrante experiencia vivida, tuvo mi madre buen cuidado en que no se volviera a repetir, por lo que, en cuanto comenzó a sentir los primeros síntomas del inminente parto, se puso en camino hacia la capital. Aún me parece oír de su voz, que tanto añoro hoy, como cada vez que por aquél barrio pasábamos, me contaba la misma hermosa historia: “Aquí naciste tu, hijo. Ese era el balcón de nuestra habitación”, -decía señalando uno del primer piso de la fachada que da a la calle Verónica de la Magdalena- , para inmediatamente, con los ojos enrasados en lágrimas, recordar a su madre, mi abuela Paca, a la que no pude conocer porque murió justo seis meses después de mi alumbramiento, pero que según me decía mi madre, pudo disfrutarme durante tan breve tiempo. Supe que mientras su hija me paría, ella se fue un rato a la vecina iglesia de la Magdalena a pedir al Señor y a la Virgen de la Cabeza que allí encontró, que todo saliera bien y fuera una “horita corta” –mi abulita era mondeña y hablaba “malagueño”- por eso no pedía una “horica corta”, sino una “horita corta”.
A los dos o tres días, cuando ya se disponían a volver al pueblo, mi abuelita dijo que nos acercáramos a la Virgen de las Angustias, como así se hizo. Y ella, ni corta ni perezosa, me tomó en sus brazos y dirigiéndose a la sacristía pidió a quien pudiera facilitarle el acceso al camarín de la patrona para poder pasarme por su manto y ponerme bajo su amparo y protección, lo que consiguió. Así que, aún antes de ser cristiano por las aguas del bautismo, ya fui de Ella, de la excelsa Madre y patrona de todos los granaínos. Y bajo su protección y guía han transcurrido los días de mi vida hasta el de hoy. Y a su presencia acudo cada primero de año y cada primero de septiembre. Y como hicieron conmigo, hice yo en su momento con mis sobrinos y con mi propio hijo; ponerlos bajo el manto estrellado de la Madre celestial, la que vive en la Carrera.
Que ella interceda por todos nosotros en este tiempo de zozobra, de dolor, de soledad para tantas personas mayores, y de incertidumbre ante un futuro completamente incierto para muchos, y nos fortalezca con una fe, una esperanza y una caridad como las suyas, que buena “faltica” nos está haciendo.
Con la ayuda de Dios, la intercesión de la Virgen, y nuestro comportamiento cívico y solidario, seguro que superamos esta adversidad que se nos venido encima.
¡Mucha fuerza!
Un abrazo
José Cecilio Cabello Velasco